Jesús “El Caracol” Tavizón Rodríguez le ha proporcionado comida y sustento a miles de inmigrantes en su albergue en Ciudad Juárez, México los últimos 20 años.
Ilustraciones por Brian Herrera/Borderless Magazine
En su juventud, Jesús “El Caracol” Tavizón Rodríguez era conocido como “El Rey de Los Carteristas.” Su vida estuvo llena de crimen, violencia y drogas. Después de múltiples intentos de rehabilitación a través de los años Caracol encontró la religión y una nueva razón para vivir: proporcionar vivienda a cientos de personas sin hogar e inmigrantes deportados.
Caracol, 59, puede ver el muro fronterizo desde su ventana en Mirando a lo Alto A.C., el refugio de el cual se encarga en Ciudad Juárez, México. Los Estados Unidos se ven tan cercanos, pero para la gente a la que Caracol ayuda, ese destino es algo increíblemente lejano.
Si soy honesto nunca en mi vida me imaginé que iba a terminar haciendo todo esto. Le damos alojamiento a personas deportadas de todos lados. La gente viene desde Brasil, Cuba, Venezuela, del sur de México, y de muchos otros lugares. Cuando recién llegan pueden ver el muro de Trump y se emocionan mucho. Pero se me hace muy triste que cuando logran dejar el refugio y cruzan la frontera, solo para que regresen.
Esta mañana el refugio está muy callado. Sólo están Alejandro y otros tantos. Alejandro es de la Ciudad de México, vino hace 10 años. Se cruzó la frontera y luego lo deportaron. Llegó a mi refugio y poco a poco fue perdiendo la cabeza. Ahora ya no puedes tener ni una conversación con él. Alejandro siempre anda caminando por el muro. A veces se va por semanas, pero siempre logra regresar. Esta es su casa.
Yo nunca he cruzado el charco. Mi juventud estuvo llena de balas, acuchilladas, armas y sangre. Pero Dios siempre me protegió. ¿Ves todas estas cicatrices? Son cicatrices de batalla.
Cuando tenía 12 empecé a incursionar en el arte del carterismo. Logré visitar muchas partes de México. Solía viajar haciendo lo que se le conoce como ‘campañas de robo’. Esa fue una vida muy intensa que me trajo consecuencias terribles. El dinero que ganas rápido lo pierdes igual de rápido. Me hice adicto al alcohol, a la cocaína y a la heroína, y me volví una persona vil. Fue una vida muy dura y difícil.
Herí a muchas personas, física y emocionalmente, en especial a mi última esposa. Estuvimos casados por 20 años. Luego, mi hijo también cayó en el mundo de las drogas. Para mí, esa fue la gota que derramó el vaso. Toqué fondo y allá abajo conocí a Dios.
Dios me quitó mi adicción, me alejó de mi vida de crimen y gracias a eso me uní a la iglesia. Era mi única salida. Después fui a rehabilitación y me las arreglé para estar sobrio. Fue todo un desafío, pero lo logré.
Después de eso, conocí a un hombre que tenía un centro de rehabilitación y decidí ayudarle. Mi sueño en ese entonces era ser el encargado de uno. Pero mis planes se transformaron en un refugio cuando me di cuenta que los inmigrantes necesitaban un lugar para comer y dormir. Nunca le niego alojamiento a nadie aquí.
Cuando recién empecé con este refugio hace veinte años el lugar era una tapia. Ni siquiera tenía techo. Conforme pasaron los años logramos arreglar un poco el lugar. Ahora yo vivo aquí pero no recibimos mucha ayuda. Sobrevivimos a base de donaciones. El gobierno nos dice que no calificamos como una organización porque no tenemos un contador. Cada vez que trato de registrar el refugio en Hacienda nos regresan el papeleo. Las excusas que nos dan son interminables y nomás no logramos recibir ayuda de ellos.
Pero hay tanta gente necesitada, en especial los inmigrantes que no son de aquí y no tienen a donde ir. Siempre le digo a la gente que nos traigan comida y que Dios proveerá con lo demás. Así es como hemos logrado brindarle comida y sustento a miles de inmigrantes a través de los años. A veces tenemos más de 150 personas y tenemos que sacar las mesas al patio y compartir la comida. Pero siempre hay suficiente comida para todos cuando la compartimos. Es un milagro.
Hoy al mediodía hay un grupo de inmigrantes que van a llegar. No me gustan los gringos. Tratan muy mal a los nuestros. Mi gente lo único que quiere es ir a trabajar para ellos. La migra los regresa y llegan muy hambrientos y deshidratados. Tenemos comida preparada para ellos. Así pueden sentir como que volvieron a algo bueno.
Mirando a lo Alto A.C., +52 1 (656) 194-2499