Faustina Montoya es del estado mexicano de Guerrero y vive en Chicago desde hace veintisiete años.
Faustina Montoya es del estado mexicano de Guerrero y vive en Chicago desde hace veintisiete años. Tiene cinco hijos y se la puede ver corriendo por las aceras de Pequeña aldea tres veces por semana como parte de Viento, el grupo local de corredores. Sat sin fronteras para conocer su decisión de venir a Estados Unidos e instalarse en Little Village.
Mi marido y yo queríamos venir a Estados Unidos por las oportunidades, por una vida mejor y por una educación mejor para nuestros hijos.
Por aquel entonces, sólo tenía tres hijos, el más pequeño era un bebé. Mi marido había pasado un año en California trabajando de jardinero. Vio que aquí podíamos vivir mejor. Cuando volvió de trabajar un año en California, se trajo muchas cosas que entonces no teníamos en casa, como una lavadora y un microondas.
Pero unos quince días después de volver con nosotros, me dijo que tenía que volver a trabajar a Estados Unidos. Le dije que no, que le esperaba aquí porque había dicho que sólo iba a estar fuera un año. Le pregunté por qué tenía que irse otra vez, por qué tenía que esperar otro año a que volviera. Le dije que deberíamos ahorrar dinero y traernos a toda nuestra familia cuando volviera a trabajar.
Me dijo que no había vuelto para traerse a toda su familia a Estados Unidos y que cruzar la frontera era demasiado difícil. Le dije que no, que o te quedabas aquí con nosotros o nos íbamos todos. No quería quedarme en México con los niños sin él.
Dijo que no es que no quisiera que fuéramos con él, sino que el dinero que nos había enviado mientras estuvo fuera había sido el que ganó en California. Lo que le pagaban nos lo enviaba a nosotros. No había ahorrado nada. Me callé y me puse a pensar.
¿Así que es porque no tenemos dinero para cruzar la frontera? Me dijo que sí. Entonces le dije que tenía todo el dinero que me había estado enviando porque había estado vendiendo pan y tortillas. Todo el dinero que me había enviado lo había metido en el banco. Así que ese mismo día fuimos al banco, sacamos el dinero y nos dirigimos a Estados Unidos con nuestros hijos.
Cuando pasamos por Tijuana, sólo llevaba una pequeña bolsa de ropa. Me robaron esa bolsa porque no la había vigilado. Estaba más preocupada por mis hijos. Así que entramos en California con la ropa que llevábamos cuando decidimos salir de México. Caminamos mucho para cruzar la frontera. En un momento dado, uno de mis hijos enfermó por beber agua no potable. Fue duro, pero cruzamos.
Esa misma noche que cruzamos, llegamos a la casa donde vivía mi madre en California. Y vivimos en la casa de mi madre. Al día siguiente fuimos a una iglesia, creo que a la tienda del Ejército de Salvación, donde nos dieron ropa y comida. A partir de ahí, nos pusimos a trabajar.
Cuando llegué a California, lo primero que noté fue la cantidad de oportunidades que teníamos. Como que básicamente puedes comer lo que quieras, cuando quieras. Pero al mismo tiempo me sentía mal porque mi hija mayor me decía: "Mamá, aquí no entiendo nada". Y en su colegio se trataba de que aprendiera el idioma, y había días que no le apetecía ir al colegio. Pero yo le decía que tenía que ir. Así que la matriculamos en un programa bilingüe.
En California tuvimos que vivir de forma más frugal porque apenas podíamos pagar el alquiler. Allí es muy caro y sólo teníamos un apartamento de un dormitorio. Empecé a pensar que tal vez deberíamos regresar a México, principalmente porque era mucha gente la que vivía en ese departamento y nos sentíamos como si estuviéramos amontonados unos encima de otros. Era difícil, porque aunque estábamos con mi mamá no teníamos cuartos separados como mis hijos se habían acostumbrado en México. En México tampoco teníamos mucho espacio, pero al menos cada niño tenía su propio cuartito. Pero en California ese no era el caso.
Fue duro mudarnos a una casa nueva que no era la nuestra. Fueron muchos cambios al mismo tiempo. Empecé a trabajar de 6 de la mañana a 6 de la tarde para empezar a ahorrar dinero y poder estar un poco mejor. Pero fue muy duro.
Tenía otro hermano que ya vivía en Chicago. Nos dijo que debíamos ir allí porque había más posibilidades de alquilar y vivir con tranquilidad. Así que nos fuimos a Chicago y conseguimos nuestro primer apartamento sin nada que poner dentro. Ni siquiera un plato o un vaso. Y así empezamos de nuevo, trabajando y construyendo nuestra vida. Enviando a nuestros hijos a la escuela.
Les dije a mis hijos que estudiaran. Que era el camino adecuado para ellos. Que siempre dieran prioridad a su educación. Yo trabajaba de noche y cuidaba de mis hijos durante el día. Y mi marido trabajaba de día y cuidaba de nuestros hijos de noche. Así trabajamos y ahorramos dinero mientras vivíamos en un apartamento durante casi 10 años. Ahorramos lo suficiente para comprar una casita. Y ahora tenemos nuestra casita.
Nos sentimos muy cómodos en La Villita. Puedes salir y hablar con la gente en tu idioma. Se siente como una parte de México. Hay algunas cosas que son diferentes, por supuesto, pero casi todo el mundo habla español. Y te sientes muy cómodo.
Aquí en La Villita hay muchas cosas que están muy bien, pero sería mejor si hubiera menos violencia y menos bandas. Pero necesitamos más oportunidades educativas para que los niños se enfrenten a eso, para que pasen menos tiempo en la calle.
Pero aquí puedes encontrar todo lo que podrías encontrar en México. ¡Como dulces! Y puedes encontrar ropa de México. De todo. Y el Centro Comercial de Descuento, he estado yendo ahí por muchos años. No se me ocurre otra tienda igual. Durante años nunca supe de JC Penny u otro tipo de tiendas, porque ahí podía encontrar casi todo lo que necesitaba. Ya fuera ropa, cosas para el coche, comida, juguetes, de todo. Allí podías encontrar de todo, incluso un corte de pelo.
Contada a Alex. V. Hernández