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Tsegay Gebreyohanes

Contado a 6 de noviembre de 202321 de noviembre de 2023Contadoa, Inmigrantes negros de hoy

Arriesgó su vida huyendo de Eritrea. Ahora, este padre de tres hijos ha empezado una nueva vida en Chicago.

Un eritreo posa para una foto con sus tres hijos en el barrio de Rogers Park, en Chicago.Gonzalo Guzmán para Borderless Magazine
Tsegay Gebreyohanes junto a sus tres hijos, Eben Afeworki, de 8 años, Abel Afeworki, de 3 años, y Simon Afeworki, de 12 años, atrás de la casa que compró recientemente en el vecindario de Rogers Park, en Chicago, Illinois, el 20 de octubre del 2023.
Contada a 6 de noviembre de 202321 de noviembre de 2023Contadoa, Inmigrantes negros de hoy

Arriesgó su vida huyendo de Eritrea. Ahora, este padre de tres hijos ha empezado una nueva vida en Chicago.

Pew Research estima que 1 de cada 10 personas negras en Estados Unidos es inmigrante. En Inmigrantes negros de hoy en día, Borderless Magazine habló con inmigrantes negros de Chicago sobre sus hogares, sus vidas y los retos a los que se enfrentaron al llegar a Estados Unidos.

Tsegay Gebreyohanes tenía poco más de 20 años cuando intentó salir de Eritrea por primera vez en el 2008. Formaba parte de un éxodo masivo de jóvenes que abandonaban el país del noreste de África huyendo de la falta de libertades políticas, sociales y económicas, y del servicio militar forzoso.

En las dos últimas décadas, más de un millón de eritreos han escapado de lo que llaman uno de los países más represivos y autoritarios del mundo.

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Limita con Etiopía, Sudán y Yibuti, Eritrea se describe como la Corea del Norte de África. Desde hace más de 30 años, el país está gobernado por Isais Afwerki, elegido presidente por primera vez en 1991. En medio del conflicto con Etiopía, Afwerki, comandante en jefe de las Fuerzas de Defensa eritreas, impuso el servicio nacional obligatorio a todos los eritreos. El reclutamiento forzoso ha sido una de las razones por las que muchos han huido del país.

Grupos de derechos humanos han acusado al gobierno eritreo de dirigir una red nacional de cárceles y centros de detención como en el que Tsegay estuvo detenido cuatro meses. El gobierno eritreo prohibió a las Naciones Unidas entrar en el país para investigar varias denuncias de violaciones de derechos humanos.

Borderless Magazine entrevistó a Tsegay, ahora de 38 años, quien compartió su testimonio sobre su huida de Eritrea para evitar el servicio militar, su encarcelamiento en Sudán, Egipto y Eritrea, y su búsqueda de seguridad y oportunidades en Estados Unidos. 

Dejé mi hogar en Eritrea en busca de libertad. Mi pueblo, Ksad Emba, no está lejos de la frontera etíope. Viajé a Etiopía a pie sin nada más que mi carné escolar y mi perro, que fue rechazado en la frontera. Seis meses después supe por mi familia que el había regresado sano y salvo a casa. 

Durante dos meses estuve en el campo de refugiados de Mai Aini, en Etiopía. El campo estaba lleno de otros eritreos que también huían de nuestro país. Salí de Etiopía dos meses después. Mi objetivo era llegar a Israel, pero primero tenía que hacer un viaje de siete días a través de Etiopía y Sudán.

Soy muy fuerte. Crecí en una granja con montañas. Me he caído cientos de veces, me he quemado las piernas y he vivido en malas condiciones, pero el viaje a Sudán fue mucho más difícil que todo lo que he vivido.

Decenas de eritreos, incluyendo ocho mujeres, emprendimos este viaje tan peligroso en el que todos arriesgamos la vida. En nuestra cultura, no se deja a nadie atrás. Los refugiados eritreos eran el blanco de soldados y civiles etíopes que se llevaban dinero y teléfonos o atacaban a personas que, como yo, huíamos de nuestro país. El único lugar seguro era el campo de refugiados. Por suerte, yo estaba a salvo de este tipo de ataques. 

Cuando llegamos a Sudán, pagamos a gente para que nos llevara hasta la frontera entre Sudán y Egipto. Entre la caravana de coches con decenas de refugiados que intentaban cruzar, también había otros coches que iban detrás transportando armas y explosivos. Una noche, mientras dormíamos a la intemperie, un ataque aéreo alcanzó a muchos de los vehículos de la caravana. Escapamos y permanecimos en el desierto sudanés sin agua ni comida durante días hasta que llegamos a Kassala, Sudán. Ahí fui interrogado por soldados sudaneses y encarcelado durante dos semanas antes de ser deportado a mi país. 

De vuelta en Eritrea, el gobierno me condenó a seis meses de prisión. Durante varios días pasé por cinco prisiones: dos en Barentu, una en Prima Country y otra en Asmara. En la cuarta me dieron agua de lentejas como comida, mi primera comida en días. 

Me trasladaron a un quinto centro de detención conocido como la prisión militar de Wia, una cárcel subterránea con forma de alcantarilla de hormigón. No había luz, ni agua, ni apenas oxígeno: sólo un túnel. Las temperaturas eran calurosas y húmedas. Había cientos de personas en una habitación y dormíamos como sardinas, unos encima de otros.  

Por encima, la prisión subterránea estaba asegurada por guardias con rifles, vallas y un desierto cubierto de rocas dentadas y cactus con agujas afiladas. En los cuatro meses que pasé en Wia, un grupo de presos ideó un plan para escapar. Hablábamos en clave para que los demás no pudieran entendernos. Sabíamos que los guardias dispararían, pero estábamos preparados. Conocíamos los riesgos. 

Una noche, justo después de medianoche, cientos de prisioneros atravesaron una puerta y se dispersaron. Corrimos por nuestras vidas en la oscuridad, descalzos entre cactus mientras los guardias disparaban sus rifles. Algunos fueron capturados, mientras que otros, entre los que me encontraba, lograron escapar. La prisión no estaba lejos de donde yo vivía, pero no podía quedarme en casa porque el gobierno me encontraría. Prefería morir o que me comieran los lobos a que me capturaran los soldados eritreos. 

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Mi pierna estaba malherida y un viaje que debería haber durado dos días se alargó mucho más. Estaba emocional y hambriento. Cuando por fin llegué a mi ciudad, vi a mi prima embarazada, que rompió a llorar al ver mis heridas y mi piel agrietada por el sol. Tenía miedo de que montara una escena y llamara la atención. Si los soldados me veían, mi vida habría acabado. También vi a mi madre durante dos horas, pero fue muy duro. [Tsegay se soltó llorando al recordar su última conversación cara a cara con su madre]. 

A pesar de lo peligroso del viaje, volví a poner rumbo al campo de refugiados de Mai Aini, en Etiopía. Esta vez, conocí a mi bella esposa, Rufta. Compartimos un mes de luna de miel antes de reemprender el viaje a Sudán. 

Mi sueño era ir solo y traer a mi esposa cuando por fin fuera seguro. Tardé una semana en llegar a la frontera de Egipto e Israel, donde me capturaron y me enviaron a una prisión egipcia. Me visitó un representante de la embajada etíope y le pedí que me acogiera bajo su protección como refugiado. Le expliqué que estaba documentado ante el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en el campo de refugiados de Mai Aini, donde vivía mi esposa. Me reuní con mi esposa después de seis meses en una prisión egipcia, y tuvimos nuestro primer hermoso hijo en el 2010.

Mientras tanto, las noticias sobre la muerte de jóvenes eritreos ahogados en el Mediterráneo acapararon la atención internacional. La crisis provocó la aprobación de asilo para decenas de menores, entre ellos mi hermano de 10 años. Mi hermano me eligió para acompañarle. Aunque obtuvimos el estatuto de refugiados en el 2010, el proceso se alargó porque mi esposa y yo dimos la bienvenida a nuestro segundo hijo en el 2015. Antes de partir, mi padre, un sacerdote ortodoxo enfermo de cáncer, se reunió brevemente con nosotros en Etiopía para recibir tratamiento médico.

En el 2017, mi pequeña familia, formada por mi hermano, mi esposa y mis hijos, se marchó a Estados Unidos y se instaló en el vecindario de West Ridge, en la zona noroeste de Chicago. Fuimos acogidos por la Asociación de la Comunidad Etíope de Chicago.

Los primeros meses fueron difíciles en Estados Unidos. Me sorprendieron las condiciones de vida y la falta de atención de mi asistente social. Nadie me ayudó con la asistencia médica ni con los servicios de traducción. No tenía dinero y batallé para encontrar trabajo durante meses. 

Entonces, a principios del 2018, recibimos la llamada de que mi padre había fallecido. Me quedé impactado. Yo no tenía a nadie. Era responsable de mi hermano menor, mi esposa y mis hijos. Tenía que mantenerme fuerte por ellos. 

Dos niños juegan al fútbol mientras un hombre sonríe con una mochila en la mano.
Tsegay Gebreyohanes juega fútbol con sus hijos Simon Afeworki y Eben Afeworki detrás de su casa en Chicago, Illinois, el 20 de octubre del 2023. Gonzalo Guzmán para Borderless Magazine

Durante esos primeros meses, tomé clases de inglés como segunda lengua en Evanston. Compartí mi historia con mi profesora y le expresé mi preocupación y que necesitaba un trabajo. Me orientó hacia una formación en hostelería, donde aprendí a trabajar de conserje, limpiando y preparando comida. 

Aunque no hablaba bien inglés, tenía mucha confianza. Terminé la formación en hostelería y Soho House, en West Loop, me contrató como lavaplatos. Dos años después me ascendieron a ayudante de cocina. El trabajo me permitió ahorrar lo suficiente para comprar mi primer carro en otoño del 2019. 

Aunque trabajaba, quería tener una red de seguridad. Por eso planeé convertirme en taxista. Durante la pandemia de COVID-19 nació mi hijo menor, Abel Afework, y empecé a tomar clases de taxi y obtuve mi licencia de chófer.

Este año, mis mayores prioridades eran hacerme ciudadano estadounidense, obtener una licencia de taxi y comprar una casa. Conduje Uber y ahorré suficiente dinero para comprar un taxi Medallion en marzo del 2023. Trabajo en la cocina de Soho House durante el día y conduzco por la noche.

Un hombre se sienta en su taxi recién comprado en la zona noroeste de Chicago.
Tsegay Gebreyohanes sentado en su taxi, que compró a principios de este año.Gonzalo Guzmán para Borderless Magazine

Poco después de comprar mi taxi, compré mi casa en West Rogers Park con la ayuda de mi hermano, que ahora vive en Utah.  

Mientras trabajaba para alcanzar mis objetivos, conocí a una mujer eritrea que me presentó a RefugeeOne, una organización de Chicago que ayuda a los refugiados con servicios de inmigración y ciudadanía. Con la ayuda de la organización, seguí aprendiendo inglés y me preparé para las clases de ciudadanía. En septiembre, me convertí en ciudadano estadounidense con mis dos primeros hijos, nacidos fuera de Estados Unidos.

Estoy orgulloso de mi esposa y de mi familia. Mi esposa conoce mi historia. Me comprende y ha estado conmigo todos los días. Mi encantadora esposa prepara comida deliciosa y cuida de nuestros hijos. Nuestro objetivo es que obtenga la licencia de conducir y la nacionalidad. Quiero que tenga éxito y sobresalga. 

Mientras construimos nuestra vida aquí, quiero dar a mis hijos cosas que yo no tuve. Juegan al fútbol en un equipo de Evanston. Estoy invirtiendo en mejores y más brillantes oportunidades para mis hijos.

He recorrido un largo camino después de perseguir la libertad durante 15 años.

Un hombre recoge a su hijo de tres años de la guardería.
Tsegay Gebreyohanes recoge a su hijo menor Abel Afework, de 3 años, de la guardería en Chicago, Illinois, el 20 de octubre del 2023. Gebreyohanes tenía poco más de 20 años cuando abandonó su hogar en Eritrea sin más equipaje que su carné escolar y su perro. Gonzalo Guzmán para Borderless Magazine

Esta historia se ha producido utilizando el método de colaboración de Borderless Magazine "Según le fue contado a". Para saber cómo creamos historias como ésta, echa un vistazo a nuestra explicación visual de "Según le fue contado a".

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