Tras huir de los talibanes, un grupo de afganos de Chicago se han reencontrado – y han encontrado fuerza – jugando fútbol.
Tras el 11 de septiembre del 2001, Hussein Rezaee buscó refugio en Estados Unidos. Dejó atrás a casi todas las personas que conocía en Kabul debido a su persistente temor a la violencia talibán en Afganistán. Decidido a asegurarse un futuro mejor, optó por instalarse en Chicago, donde tenía amigos en los que podía confiar para que le ayudaran a superar los retos de la inmigración.
"Abandonar el hogar, la familia y los amigos nunca es fácil, pero a veces las circunstancias nos obligan a soportar penurias para sobrevivir. La violencia de los talibanes me obligó a huir a Estados Unidos", Rezaee le dijo Borderless en dari/farsi.
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Aún recuerda vívidamente los retos de aquellos primeros días en Estados Unidos. No hablaba inglés. No tenía trabajo. Y se sentía insoportablemente solo.
Pero de pie en el centro de un campo de fútbol en una reciente mañana de domingo en West Park, en los suburbios de Wilmette, más de 20 años desde que llegó aquí, ha encontrado su comunidad.
El Salsal y el Shamama se habían reunido para disputar un partido amistoso. Mientras Rezaee se preparaba para dar la señal de salida a los equipos, una mezcla de murmullos en inglés y dari llenaban el ambiente.
"¡Vamos!", dijo un jugador en inglés.
"Ba omid perozi", fue la respuesta: "¡Con la esperanza de ganar!".
Los jugadores llevan más de una década reuniéndose cada semana para jugar. Formados por refugiados afganos y solicitantes de asilo, los partidos de fútbol brindan a los miembros de la comunidad afgana local la oportunidad de conocerse, intercambiar historias y familiarizarse con la cultura estadounidense, explicó Abdullah Ghafari, del equipo Salsal.
"Los partidos de fútbol son algo más que una forma de pasar el tiempo; proporcionan un sentimiento de pertenencia y unidad a nuestra comunidad", declaró Ghafari en dari.
Ghafari conoce de primera mano la oscuridad y la miseria de la vida bajo el régimen talibán. Tras trabajar como intérprete con las fuerzas estadounidenses en Afganistán, huyó de los talibanes y llegó a Estados Unidos en marzo del 2022 a través de una visa especial de inmigrante.
"Después de soportar la oscuridad bajo el régimen talibán, por fin me sentí vivo cuando llegué a Estados Unidos", dijo Ghafari. "Este país me ofreció seguridad y oportunidades inimaginables en mi país. Mi mayor esperanza es traer a mi familia para que se reúna conmigo en Chicago, donde puedan experimentar la libertad y la seguridad que hemos encontrado aquí."
En el resurgimiento de los talibanes y su posterior toma de Afganistán en los últimos dos años han reducido las libertades de muchos afganos, en particular de las mujeres. Los talibanes prohibieron a las niñas ir a la escuela y a la universidad, el único país del mundo con tales restriccionessegún el Instituto de la Paz de Estados Unidos. Muchos afganos temen que la prohibición de la educación tenga un impacto nefasto y a largo plazo en la economía y la sociedad de Afganistán.
"El régimen talibán ha destrozado los sueños de innumerables niñas y mujeres afganas", afirma Nafissa Rezaee, la esposa de Hussein Rezaee. "Anhelamos la libertad de recibir educación y tomar nuestras propias decisiones, pero bajo su régimen se nos niegan estos derechos básicos".
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A 11,000 kilómetros de distancia, en un campo de fútbol de los suburbios de Chicago, afganos desplazados por los talibanes se apoyan mutuamente. Los propios nombres de los equipos aluden a la resistencia de los refugiados afganos. Salsal y Shamama son los nombres de dos antiguas estatuas gigantes de Buda que se erigían en el valle afgano de Bamyan. Los talibanes dinamitaron las estatuas en el 2001. Pero a pesar de su destrucción, Salsal y Shamama siguen siendo un testimonio de la rica cultura afgana y de su larga historia anterior a la aparición de los talibanes.
"El equipo de fútbol ha sido un salvavidas para mí. No se trata solo del juego; se trata de encontrar una comunidad que entienda nuestras luchas y se apoye mutuamente", afirma Aziz Parsa, un jugador clave del equipo Shamama.
Parsa llegó por primera vez a Chicago para licenciarse en ingeniería civil en la Universidad de Loyola. Tras graduarse en noviembre del 2016, decidió quedarse en Estados Unidos, dejando atrás a su familia y amigos en Afganistán.
A Parsa le encantó la seguridad y la tranquilidad que descubrió en Estados Unidos mientras trabajaba en Amazon. Conoció el equipo de fútbol mientras intentaba hacer nuevas amistades con otros refugiados afganos y aprender más sobre la cultura estadounidense.
Durante su reciente partido, el equipo Shamama de Parsa iba perdiendo por dos goles cuando los equipos se fueron al descanso. Pero el Shamama no se iba a rendir sin luchar.
Cuando empezó la segunda parte, Parsa y sus compañeros salieron con renovado vigor. El más joven del equipo, hijo de Hussein y de Nafissa Rezaee, Ali Sina, de tan sólo 11 años, sonreía ampliamente.
"Me siento orgulloso de formar parte de este equipo. Jugar al fútbol con mi padre y sus amigos me hace sentir fuerte y capaz de afrontar retos, independientemente de la edad. No es solo un juego; es un vínculo que nos une y nos da confianza para superar los obstáculos", dijo Ali Sina.
Hussein está orgulloso de la participación de su hijo en el equipo Shamama. Como coordinador del equipo, Hussein dijo que organizó el partido para inspirar a otros jóvenes refugiados a trabajar juntos para superar los obstáculos que les pone la vida.
Cuando termina el partido, el Salsal ha ganado con una ventaja de tres goles. Pero a pesar de la derrota, Hussein ve al campo y a los jugadores y sonríe.
"En este juego, encontramos un lenguaje común que trasciende todas las barreras", dijo Hussein. "Creamos un frente unido contra la oscuridad que intenta extinguir nuestras esperanzas y sueños".
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