Cuando Tomás Díaz, de 36 años, vivía en Estados Unidos trabajaba 17 horas al día y tenía gastos impensables.
Ilustraciones por Brian Herrera/Borderless Magazine
Tomás Díaz vino a los Estados Unidos con grandes sueños. Él quería ganar dinero para poder mandárselo a su esposa y familia en casa. Pero después de dos años trabajando en un zoológico en New York, él estaba listo para volver a su hogar en Durango, México.
Crucé la frontera con mi tío hace unos 13 años. Nos enteramos de que había un coyote en Puerto Palomas, así que nos fuimos de Ciudad Juárez para encontrarnos con él. Caminamos hacia el oeste por 24 horas para poder encontrarlo.
Fue como a las 6 p.m. que llegamos a Palomas. El coyote nos entrevistó, nos cobró $2,000 dólares, y tratamos de cruzar esa misma noche.
La primera vez no tuvimos éxito.
Planeábamos volver a intentarlo al día siguiente, así que compramos agua y atún para poder sobrevivir nuestro viaje. Tratamos de cruzar varias veces, pero la migra nos perseguía.
Todavía ni cruzábamos la frontera y ya estaban tras de nosotros.
Cuando nuestro grupo por fin empezó su camino, el coyote nos señaló un edificio muy lejos al que teníamos que llegar.
Se veía muy cerca, pero por más que caminábamos y caminábamos no nos acercábamos nada.
Era como si el destino se fuera alejando por más que camináramos hacia él.
Cuando llegó la noche, la migra estaba pisándonos los talones. Nos escondimos en una cueva y podíamos sentir cómo estaban buscándonos afuera. Más tarde y en la madrugada, atraparon a algunas personas.
Había helicópteros volando encima de nosotros y tenían unas luces enormes. Si la luz te alcanzaba, no había escapatoria.
Las personas que estaban más cerca de mí tuvieron suerte y se escondieron en unos arbustos.
Yo quería ser invisible.
Cuando logramos llegar a una autopista corrimos muy rápido para poder cruzarla.
Había cuatro mujeres con nosotros y una de ellas tenía un niño de 8 años. Después de un rato, el niño dijo que ya no podía caminar porque se le llenaron los pies de ampollas. El niño estaba llorando y le decía a su mamá que lo dejara ahí y que se fuera sin él.
No podíamos dejar que eso pasara. Éramos un equipo.
O todos cruzábamos o ninguno lo hacía. Nos turnamos para cargar al niño. Caminamos por 24 horas.
En cuanto cruzamos la frontera nos dirigimos a Albuquerque, Nuevo México. Cuando íbamos en camino nos paramos en varios lugares para que la gente que venía con nosotros se bajara. Todos nos dirigíamos a diferentes destinos.
Una vez que llegamos a Nueva York, nuestro nuevo jefe le pagó al coyote el resto del dinero. El dueño del zoológico ya había contratado a mi tío hace algunos años. Le gusta trabajar con gente de mi pueblo porque somos muy buenos empleados.
Me sentí como si fuéramos ganado. El gringo pagó por nosotros, éramos su “mercancía.” Nunca me había sentido así. Nuestro nuevo jefe nos dio dinero para poder comprar ropa y despensa. Al día siguiente empezamos a trabajar para él.
Él era dueño de un zoológico con animales de granja. Sus tres empleados eran indocumentados — mi tío, otro chico mexicano, y yo. Nosotros nos encargamos de todo, cuidábamos toda la granja y dábamos tours a escuelas. Un día normal empezaba a las 5 a.m. y se terminaba a las 10 p.m.
Nos dormíamos en un camión con aire acondicionado y calefacción ahí mismo en la granja. Estaba muy a gusto.
Pero después de trabajar para él por unos dos años y medio decidí que era tiempo de volver a México. Extrañaba a mi familia y quería seguir construyendo una vida en Durango. Estoy casado y tenía que cuidar de ellos.
Cuando iba de regreso me tuve que esconder para que no me parara la migra y me deportaran oficialmente. Con el dinero que ahorré mientras trabajaba en Nueva York pude comprar unos taxis en Durango y empezar mi propio negocio.
La verdad no creo que vuelva a cruzar la frontera.
Primero piensas que el sueño Americano es algo increíble, pero una vez que lo ves de cerca te das cuenta de que en verdad no lo es. Todo es tan caro que el dinero que ganas lo terminas gastando rápidamente.
Mucha gente joven que logra cruzar se pierden en las drogas. En los Estados Unidos hay de todo tipo de drogas, está peor que en México.
Algo positivo es que mi jefe Americano nos ayudó a comenzar nuestro proceso para poder obtener nuestra residencia. Sin embargo, ya ha pasado más de una década y todavía no he logrado obtenerla.
Ahora que vuelvo a recordar mis experiencias me doy cuenta de que, si sufrí mucho en el desierto, pero me fue de maravilla en los Estados Unidos. Era mi primera vez cruzando y logré llegar, ahorrar dinero, y empezar una mejor vida para mi familia en México.