Después de ser detenido por las autoridades de inmigración, un inmigrante mexicano de 27 años encuentra la oportunidad de obtener educación con el programa de Consideración de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, también conocido como DACA.
Ilustraciones por Brian Herrera/Borderless Magazine
Eric creció como un niño indocumentado en los Estados Unidos. A pesar de sus esfuerzos por encajar, él sabía que no podía tener las mismas oportunidades que otras personas. Después de haber sido llevado a un centro de detención en Texas, decidió aplicar para DACA. Ahora, a sus 27 años, tiene una maestría y finalmente está construyendo un futuro para sí mismo.
Nací en Delicias, Chihuahua, a cuatro horas de El Paso, Texas.
Mudarnos a los Estados Unidos no estaba en los planes de mis papás. Un día fuimos a El Paso por el cumpleaños de mi primo. Mi mama tenia seis meses de embarazo, y tuvo que ir al hospital porque no se sentía bien. Dio a luz a mi hermana menor, quien ahora es nuestro ángel y nos llena de tanta felicidad. Al nacer, los doctores determinaron que nació con síndrome de Down, y resultó que necesitaba asistencia médica las 24 horas al día. Los doctores en México nos dijeron que no tenían los recursos suficientes para las necesidades de mi hermana y que deberíamos de llevarla a los Estados Unidos a tratarla. Así que, como Dios quiso que mi hermana naciera en los Estados Unidos, mis papás decidieron hacerlo.
Tenía nueve años cuando mis papás me dijeron que nos íbamos a ir de México. Mi hermano y yo lloramos porque no queríamos despedirnos de nuestra vida en casa.
En los Estados Unidos no teníamos nada, y no nos alcanzábamos nada. Prácticamente dormíamos en el suelo. Nuestro nuevo hogar consistía en unos colchones en el suelo y una mesa plegadiza. Batallamos mucho, en especial los primeros años.
Mis papás no querían que llamara la atención. Poquito a poquito aprendí que necesitaba comportarme “apropiadamente”, a siempre estar callado y tranquilo. No hablaba inglés entonces siempre me metía en problemas en la escuela porque no entendía nada. Me molestaban mucho en la escuela, pero tuve que aprender a lidiar con eso porque no podía meterme en problemas. Tenía mucho miedo de que pasaría si llamaba la atención.
Mi estatus migratorio se convirtió en un problema en la preparatoria. La universidad se acercaba, y quería estudiar en ciertas escuelas, pero había muchas cosas que no podía hacer para poder aplicar. No podía tener una identificación, y no calificaba para ningún tipo de beca. Solía creer que si lograba ir a la universidad no me iban a dar mi diploma porque era indocumentado. No conocía mis derechos.
En el 2013, cuando estaba en el colegio comunitario, el peligro de ser indocumentado se volvió algo muy claro para mí. Iba de camino a un restaurante en el centro de El Paso y me estacioné en un lugar que no tenía señalamiento. Salí del carro y vi a un hombre blanco. Primero pensé que era un policía, pero era de la migra.
Me empezó a interrogar, y cuando me di cuenta de que me estaba preguntando demasiadas cosas le dije que tenía el derecho a permanecer callado. El agente, aunque no tenía el derecho a hacerlo, me detuvo.
Estuve en un centro de detención por un mes y medio. Tuve la suerte de poder enviarles un mensaje de texto a mis papás diciéndoles que me había detenido la migra por estar caminando en la calle. Mi familia hizo todo lo que pudo para poder encontrarme.
Mientras estuve detenido, solo pensaba en que estaba perdiendo clases, mis actividades extracurriculares, mis amigos, todo. Trabajé tanto para ser una buena persona, tener las calificaciones perfectas, siempre ser invisible—y de un momento a otro, todo se desmoronó.
Pude conseguir un abogado y tener un juicio. En el juicio, empezaron a ver mi información y vieron que tenía puras As, que había hecho muchas horas de servicio social, y que era un ser humano decente. Me dejaron ir, y lo primero que hice fue aplicar a DACA.
Dos años después, tras haber sido un estudiante y empleado de tiempo completo, conseguí mi licenciatura. En el 2018, conseguí mi maestría en ingeniería de software con concentración de ciber-sistemas seguros.
Ahora trabajo en Austin como desarrollador de software. Pero tardé meses en conseguir mi primer trabajo. Cuando estaba a punto de graduarme, me ofrecieron una pasantía que tenía potencial de convertirse en un trabajo en una empresa muy grande. Me ofrecieron un salario impresionante, así que acepté inmediatamente y mi proceso de contratación comenzó. Pero después me llamaron diciéndome que iban a retirar la oferta porque vieron que no era un ciudadano americano. Estaba devastado. Simplemente me cerraron las puertas. Nunca supe nada más de ellos.
En verdad amo mi queridísimo México, pero toda mi vida está en los Estados Unidos, así que en mis planes futuros está quedarme aquí. Quiero casarme, tener hijos y comprar una casa. Estoy feliz de que por fin le pude ayudar a mi mamá a comprarse su casa propia
La mejor parte de tener DACA es que ahora puedo probar que, a pesar de las ideas erróneas, los inmigrantes como yo solo estamos luchando por tener una mejor calidad de vida. Estamos luchando por nuestros sueños. Tener DACA me ha abierto tantas puertas que nunca imaginé posibles. Me ayudó a conseguir un título profesional, tener una identificación y hasta comprar propiedades.
Lo más difícil de tener DACA es el miedo. Todo es incertidumbre. Podría perder todo en un abrir y cerrar de ojos. Es como vivir en un limbo constante. Otros compañeros y yo hemos luchado por conseguir mejores derechos. Hemos ido a las protestas en Washington, D.C. Y se que es una lucha interminable, pero necesitamos cambiar. Es insoportable vivir con miedo.