J Saxon dice que sus identidades mixtas representan a los habitantes de Chicago que no siempre tienen voz en la política.
J Saxon nació como ciudadane estadounidense, pero su identidad es muy variada.
Su padre creció en una granja cerca de Joliet (Illinois) y condujo trenes antes de ser reclutado por el ejército estadounidense. Su madre nació en Bolivia y luego se trasladó a Panamá, donde se conocieron y después nació Saxon.
"Mi padre era norteamericano y mi madre sudamericana, y yo nací en Centroamérica", dijo Saxon, quien se identifica como queer y boliviane-americane. "Soy este puente entre estas dos realidades culturales diferentes, y tengo que navegar por ellas no sólo en mi experiencia vivida, sino también en mi cuerpo".
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A los siete años, la familia de Saxon emprendió un viaje por carretera desde Ciudad de Panamá hasta los suburbios de Chicago en su Buick LeSabre de 1979. Atravesaron media docena de países de camino a New Lenox, donde Saxon experimentó por primera vez la vida de un inmigrante.
Saxon, de 32 años, considera que sus identidades están combinadas entre muchas comunidades diferentes que no tienen una verdadera representación política. Recientemente ha dejado su trabajo diurno de prevención del VIH en un centro de servicios LGBTQ con la intención de presentar su candidatura a la alcaldía de Chicago en las elecciones del 2023. Como abolicionista de la policía, y cuyo nombre legal Jeremy aparecerá en la documentación oficial del candidate, quiere recortar los presupuestos policiales y reforzar las leyes de derechos de los trabajadores.
Borderless Magazine habló con Saxon sobre sus identidades interseccionales y por qué quiere ser elle próxime alcalde de Chicago.
Fue en abril de 1997. Mi padre se había retirado de su carrera vendiendo enciclopedias para la Enciclopedia Británica. Estábamos en Panamá y nos trasladamos al suburbio de Chicago de New Lenox, cerca de Joliet, Illinois.
Mi padre decidió hacer de esto una aventura y conducir todo el camino. Nos tomó 17 días. Cuando entramos en Texas, empezamos a conducir por la red interestatal por primera vez. Íbamos en un Buick LeSabre de 1979, y nuestro eje trasero, que se había dañado durante el viaje, se rompió en la autopista. Uno de los neumáticos salió volando y se incendió. Rebotó por la autopista y chocó contra un árbol.
Tengo una imagen muy vívida de mi padre gritándole a un policía estatal de Texas con un sombrero de estilo montañés por haberle puesto una multa por haber provocado el incendio del árbol. Fue un final muy dramático para un viaje por carretera muy dramático.
De pequeñe, no sabía lo que era que la rutina cambiara de repente. Había vivido en el mismo apartamento toda mi vida. Iba a la misma escuela y tenía el mismo grupo social.
También fue el mayor cambio psicológico. Pasé de vivir en un país latinoamericano, donde el español era el idioma principal, y de convivir con gente latinx, a una zona mayoritariamente blanca de los suburbios de Chicago. No me condenaron al ostracismo por ser inmigrante, pero me sentí definitivamente señalade.
Mis padres imaginaron una vida muy americana, muy blanca, y esa fue la intención al venir a Estados Unidos. Mi madre dejó de usar su apellido de soltera y empezó a usar sólo el apellido de mi padre. Nunca quiso enseñarme español. Pude aprender el idioma cuando empecé a tomar clases en la preparatoria. Ella quería separarse a sí misma y a mí de su origen boliviano, debido a muchas luchas que vienen de su pasado.
La puerta se me abrió cuando pude ir a Bolivia a mis 28 años y conectar con mi familia y la cultura. En las dos o tres semanas de mi primer viaje ahí, lloraba todos los días de alegría. Sentí que la arteria de la ascendencia por fin podía llenarse de sangre, y que circulaba una parte de mi alma y de mi espíritu que nunca se había permitido realmente.
Mi ascendencia matrilineal se siente más alineada con lo que soy como persona, con mi política. Bolivia es un Estado socialista que cree en los derechos de la clase trabajadora, en el poder de la persona común y en la equidad. Para mí es mucho más humano que el capitalismo industrial y el militarismo que viene del pensamiento occidental.
Mi padre nunca pareció tener mucha conciencia u orgullo nacional por su ascendencia europea, así que nunca sentí ninguna razón para sentirme afiliada a ella. Pero esto no quiere decir que su ascendencia cultural no me importe. Es sólo que nunca se ofreció nada al respecto aparte de "Estados Unidos hasta el final". Era un conservador acérrimo y apoyó a Donald Trump hasta su fallecimiento en el 2018.
Nací en Panamá, a miles de kilómetros de donde nacieron mis padres. Mi padre era norteamericano y mi madre sudamericana, y yo nací en Centroamérica. Soy ese puente entre estas dos realidades culturales diferentes, y tengo que navegar por ellas no sólo en mi experiencia vivida, sino en mi cuerpo. Debido a mi padre, nací como ciudadane estadounidense en el extranjero.
En nuestro viaje a Estados Unidos, atravesamos muchas zonas empobrecidas de Centroamérica, y me di cuenta del nivel de privilegio que tenía: tener la familia que tenía y la capacidad de cruzar las fronteras con la burocracia, en comparación con la violencia de pasar por ellas sin documentos.
Empecé a pensar en presentarme a la alcaldía una semana antes de que mi amigo Suraj Mahadeva fuera asesinado a balazos
en diciembre del 2021. Salía de un vehículo de transporte compartido a eso de las tres de la mañana y estaba esperando a que su novio bajara. En los pocos minutos que estuvo fuera del apartamento un sábado por la mañana, alguien se le acercó por detrás y le disparó en la nuca. En cuanto el novio se acercó a abrir la puerta, no hubo enfrentamiento, ni exigencia de dinero, ni intento de robo, la persona ejecutó a mi amigo a sangre fría.
En cuanto eso ocurrió, me di cuenta de primera mano de lo real que es la violencia armada en la ciudad.
El crimen sigue sin resolverse y las pistas no han llegado a ninguna parte. Esta tragedia me ha afectado muchísimo. Actualmente no tenemos formas de mantener las armas fuera de la ciudad, porque estamos rodeados de estados que están inundados de armas. Es como esperar estar seco en medio del océano.
Cuando se conoció la noticia del tiroteo masivo del 4 de julio en Highland Park, la gente se volcó en recursos y atención y tiempo y terapeutas y regalos y comida a uno de los pueblos más ricos de todo el estado. En ese único fin de semana habían muerto más personas en toda la ciudad de Chicago por diversos sucesos de violencia con armas de fuego, pero no se ve el mismo nivel de cuidado o atención.
No es que diga que Highland Park no merecía toda esa atención y compasión. Es sólo para decir que ese nivel de tragedia está sucediendo aquí semanalmente con poca atención de los medios de comunicación de masas y locales.
Hay mucho que hacer en términos de decisiones políticas en lo que respecta a frenar las causas profundas de la violencia. Tiene que haber formas de animar a la gente a alejarse de la delincuencia y la violencia, pero también de las situaciones económicas que inevitablemente desembocan en la delincuencia.
La delincuencia es a menudo una opción política. Cuando se vive en una ciudad tan estratificada, en la que un tercio de la población vive en la abundancia y dos tercios en la explotación, se va a tener mucha pobreza que da lugar a la delincuencia, mucha delincuencia que da lugar a la violencia y mucha violencia que da lugar a la muerte. Las armas son un componente importante en ese ciclo. Hay más herramientas que podríamos utilizar, pero, en lugar de ello, lo único que estamos eligiendo es la vigilancia.
[La alcaldesa de Chicago, Lori] Lightfoot es una firme defensora de la ampliación de la vigilancia policial. Personalmente me identifico como abolicionista de la policía. Esta institución no es beneficiosa para la sociedad en su conjunto. Cuanto más poder y dinero recibe la policía de la ciudad, más difícil es que rinda cuentas de manera significativa.
La alcaldesa y yo pertenecemos a la comunidad LGBTQ, pero nuestras comparaciones terminan ahí. Uno de mis principales objetivos es ampliar la justicia económica y la equidad en la ciudad para los trabajadores, aumentando el salario mínimo, incrementando la capacidad que tienen los trabajadores de ir a huelga y abogando por más derechos laborales.
Estoy a caballo entre muchas comunidades diferentes que no tienen mucha representación local, porque no disponen de muchos recursos para encontrar un portavoz político. Para ellos, la política es una idea tan ilusoria y participar en ella cuesta dinero. Necesitamos el dinero para comida, para refugio, para apoyo comunitario... la política no está tan arriba en la lista de prioridades, porque nunca ha sido un buen retorno de la inversión.
Estoy a favor de la creación de comunidades y del poder comunitario, de escuchar las voces de las personas más marginadas, porque soy una persona de clase trabajadora que navega por esos márgenes. Nos merecemos vivir en una ciudad más equitativa y en una época más equitativa.
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