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La experiencia me hizo sentir una profunda empatía por los refugiados y los inmigrantes y por lo que están pasando. También me hizo ser consciente de que la historia había marcado a mi familia, a mi comunidad de refugiados y a mí misma. Me dio la sensación de que necesitaba trabajar esa historia y tratar de entenderla, que es lo que hago en mis escritos. Y ser refugiada también me dejó el daño emocional necesario para convertirme en escritora.
Creo que si no fuera un refugiado, y no sintiera que mi bienestar emocional, mi relación con mis padres, etc., se ha visto fracturada por las muchas complejidades de la experiencia de los refugiados, no tendría el material ni la motivación para escribir. Así que ser refugiado es, sin duda, una bendición mixta. No se lo deseo a nadie. Pero creo que la experiencia me ha dado la empatía y la perspicacia necesarias para ser escritor.
