A lo largo de sus dos décadas de servicio, Kevin Burke fue desplegado varias veces en Afganistán, Irak y África. La experiencia moldeó su perspectiva sobre el pueblo afgano luchando por la libertad contra los talibanes.
Kevin Burke creció en una familia militar en Chicago. Tras graduarse en la universidad, siguió los pasos de su padre y bisabuelo y se unió en el Ejército de los Estados Unidos a pesar de algunas objeciones familiares.
A lo largo de sus 21 años de servicio, fue desplegado varias veces a Afganistán, Irak y África. La experiencia moldeó su perspectiva sobre el pueblo afgano luchando por la libertad contra los talibanes.
Burke trabaja ahora como jefe de tropa de Boy Scouts de su hijo de 12 años, enseñando resiliencia e integridad a aquellos que algún día podrían servir. "Puedo trabajar con esta generación que viene y darles esa base de carácter para hacerlo mejor, para ser mejores," dijo. Más allá de su trabajo con los jóvenes, Burke también trabaja como Gerente de Educación, Alcance y Participación Comunitaria en Illinois Joining Force (IJF, por sus siglas en inglés), ayudando a miembros del servicio, veteranos y sus familias a navegar por el "mar de la buena voluntad."
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Su historia me recuerda a la mía.
Mi padre se unió al Ejército Nacional Afgano hace catorce años y sirvió durante más de una década, una decisión arraigada en la identidad y la necesidad. Mientras crecía, cada vez que desde la mezquita se anunciaba el entierro de un soldado caído, el miedo se apoderaba de mi familia. Nos recordaba la frágil línea que separa la supervivencia de la pérdida en el conflicto en curso. Casi todas las personas que conocíamos en el barrio y entre los amigos perdieron a alguno de sus seres queridos en el conflicto en curso con los talibanes. Sin embargo, para muchas familias afganas, incluida la mía, unirse al ejército era una de las principales formas de mantener a la familia.
Esta conversación refleja el deber y la resiliencia, tal y como lo cuenta Burke -reflejados en mis propias experiencias- y revela los destinos entrelazados de los que sirvieron y de los que fueron servidos por la marea siempre cambiante del pasado reciente de Afganistán.
Esta conversación ha sido editada para brevedad y claridad.
Mencionaste que eres un veterano de tercera generación. ¿Qué te motivó a seguir esos pasos?
Burke: Creía en ello. Era algo más que un trabajo; era un estilo de vida. Crecí en él. Pero cuando decidí unirme, mi familia intentó disuadirme. Mi madre se echó a llorar cuando me concedieron la beca del ROTC, diciendo, 'Por favor, no lo hagas. No tienes que llevar esta vida.' Para mí, el ejército era como mi hogar. Son mi tribu, mi familia fuera de mi familia.
Hosseini: En Afganistán, el servicio militar es a menudo una cuestión de familia e identidad, pero la necesidad económica es también un poderoso motor. Cuando mi padre se unió al Ejército Nacional Afgano, la preocupación se apoderó de mi familia al saber que casi todos los vecinos habían perdido a un ser querido en el conflicto con los talibanes. Nunca olvidaré lo preocupados que estábamos todos. Para muchas familias afganas, incluida la mía, unirse al ejército era una de las principales formas de mantener a una familia.
Estuviste desplegado muchas veces a Irak y Afganistán, ¿qué te hizo volver una y otra vez?
Burke: En mis 21 años de carrera, acumulé 22 mudanzas. Se crean esas conexiones, y es como una pequeña familia durante un tiempo. Creía en la misión de apoyar y defender la Constitución. Y algo en el hecho de estar allí, estar afuera, haciendo lo que amaba, me hacía volver.
Me desplegaron a Irak en 2003. Nos desplegamos justo antes de Navidad y participamos en la invasión. Regresé poco después de que el Presidente George W. Bush declarara la victoria, pero preveía que habría misiones de seguimiento. Pero me desviaron a Afganistán.
Hosseini: Mi familia regresó a Afganistán en 2004. Nunca había vivido bajo el régimen talibán y no tenía intención de hacerlo en 2021, tras el colapso del gobierno afgano. Por seguridad, mi familia huyó al vecino Irán cuando yo tenía tres meses, en 1994. Nos fuimos a causa de la persecución de los talibanes al grupo étnico haraza y a la población chiíta y su aborrecible trato a las mujeres. La introducción de Irán de una medida que hizo que el costo de la educación estuviera fuera del alcance de muchos refugiados empujó a mi familia de vuelta a Afganistán en 2004. Gracias al derrocamiento del gobierno talibán liderado por Estados Unidos -y a la nueva financiación internacional para la educación de las niñas-, mi hermano y yo pudimos aprender en nuestra patria.
En Occidente se suele malinterpretar a Afganistán. ¿Cuáles fueron tus impresiones iniciales y cómo evolucionaron?
Burke: Duro es la única palabra que me viene a la mente. Son increíblemente duros. Siempre me quedaba alucinado con todo el mundo, especialmente con la gente de 90 años que luchaba contra los soldados soviéticos. No sé cómo llegaron tan lejos en su vida.
Los ancianos afganos me decían: 'Cuando Alá creó el mundo, le sobraba algo en los dedos, y simplemente lo sacudió. Eso es Afganistán.´ Ese es el chiste que hacían los ancianos en Afganistán, que me hace reír cada vez que lo recuerdo. Si yo hubiera dicho eso, sé, sin lugar a dudas, que intentarían matarme en el acto. Tienen una relación de amor-odio con la tierra, pero su conexión es muy profunda, arraigada en siglos de historia.
Lo que nunca entendí, sin embargo, es el trato a las mujeres. En algunos lugares se trataba mejor a los burros. (Burke explicó que el chiste habitual en muchos de los pueblos de la zona oriental de Afganistán era señalar los cementerios cada vez que su equipo preguntaba a los lugareños adónde llevarían a sus mujeres cuando cayeran enfermas.) Si tuviera que arrepentirme de algo relacionado con Afganistán o de algo postraumático, es que no hicimos nada al respecto.
Hosseini: Al crecer como refugiada, las noticias fueron las que moldearon mi impresión de Afganistán. Recuerdo escenas de mujeres obligadas a cascarse de niñas, azotadas y sin derecho a recibir educación, las provincias inseguras y el nivel de pobreza. Sólo cuando volví a Afganistán para ir a la escuela a los 10 años, en 2004, empecé a comprender la belleza y la complejidad del país más allá de los titulares. A pesar de la situación de subdesarrollo y la vida dura, amo los recuerdos de mi infancia, como jugar a las canicas con los chicos del barrio, competir con mis amigos para resolver problemas de matemáticas y deberes de inglés, y estar siempre entusiasmada con los viajes escolares. Al crecer en una de las provincias conservadoras de Afganistán, mi familia siempre me animó a superar los límites creados por la sociedad, y ellos son la razón por la que hoy soy la mejor versión de mí misma.
Dada la complejidad de la situación, ¿qué se necesitó para generar confianza y reunir información de inteligencia en Afganistán?
Burke: Mi trabajo en operaciones especiales consistía principalmente en poder ayudar a detectar a los malos. Me entrenaron para desenvolverme en la cultura afgana y comprender el espectro de motivaciones que hay detrás de la insurgencia. No te quedas demasiado tiempo. Cuanto más tiempo te quedes, más se puede volver en tu contra. Mi trabajo consistía en encontrar al anciano, hablarle con respeto y explicarle, 'No quiero estar en tu aldea. Pero si conseguimos a esta persona, nos iremos, y lo que esté roto, lo arreglaremos.' Ese enfoque a menudo ayudaba a evitar la violencia.
Como forastero, tuve que aprender y procesar las cosas muy rápidamente. Siempre hay algo más detrás de la historia. Siendo occidental — entregan a sus enemigos. Podría haber sido un enemigo de su familia; podría haber sido un enemigo de su tribu.
Desempeñaste un papel en la misión de rescate de Marcus Luttrell, un conocido miembro del Equipo SEAL. ¿Puedes contarnos sobre esa experiencia?
Burke: Marcus, junto con su equipo, tenían una misión de capturar o matar a un objetivo. Perdieron las comunicaciones. Se vieron comprometidos muy pronto, y su plan de huida e invasión se estropeó por la forma en que fueron atacados. Finalmente, tras casi dos semanas, Gulab, un afgano local, encontró y ayudó a Marcus a esconderse en su pueblo y entregó una nota a mi unidad que demostraba que estaba vivo. Gulab ayudó a Marcus a escapar. Los talibanes estaban muy molestos porque delatadó a Marcus y amenazaron con matar a todos los habitantes de la aldea. Me sentí responsable por él y su aldea. Presioné para conseguirles recursos y suministros para darles al menos un poco de seguridad. Ese tipo sacrificó todo y a todos en su familia para ayudar a uno de los nuestros. Le debemos más de lo que jamás podrás pagarle.
¿Qué sientes sobre de la retirada estadounidense de Afganistán en 2021, sobre todo teniendo en cuenta el destino de aliados como Gulab?
Burke: Me duele. La salida podría haberse gestionado mejor. Durante la era Obama, teníamos un proceso estructurado para evaluar si las provincias afganas estaban preparadas para gestionar la seguridad. Algunas zonas lo estaban haciendo bien; otras, no. Pero el acuerdo de Doha de 2020 se saltó ese sistema.
Me inscribí para ayudar, no para hacer daño. Y estamos haciendo daño. Estamos sufriendo. Sin querer o no, no importa. Nos quedamos cortos en nuestro propio objetivo, y nos fuimos. Fue frustrante que años de trabajo y sacrificios parecieran desperdiciados cuando EE.UU. se fue abruptamente.
Hosseini: La brusquedad de la retirada fue devastadora. En cuanto los talibanes tomaron el poder, fueron puerta por puerta, buscando a personas que habían cooperado con Estados Unidos y formaban parte del ejército, torturando y matando a muchos. La rápida marcha dejó a innumerables familias afganas expuestas a represalias, en particular a las mujeres y a la generación más joven, que habían invertido años en construir un futuro brillante. Cuando llegó el día y Estados Unidos se marchó, el Presidente afgano huyó y los talibanes tomaron rápidamente Kabul. Fue un caos. Muchas personas que conocíamos, entre ellas una de las camarada de mi padre, fueron asesinadas, y los sueños de las mujeres se hicieron añicos.
Desde una perspectiva afgana, los 20 años de progreso en educación, derechos de la mujer y estabilidad económica no eran meros símbolos, sino logros tangibles. Gran parte de eso se perdió de la noche a la mañana con la salida de Estados Unidos. Llevar una vida sencilla se convirtió en una pesadilla continua para casi todo el mundo, especialmente para las mujeres y la generación más joven.
Fatema Hosseini es becaria del Roy W. Howard Investigative Reporting que cubre las comunidades inmigrantes para Borderless Magazine. Envíele un correo electrónico a fatema@borderlessmag.org.
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