Nació en un campo de refugiados. Ahora ayuda a otras niñas desplazadas a construir su propia comunidad.
Pew Research calcula que 1 de cada 10 personas negras en Estados Unidos es inmigrante. En Inmigrantes Negros de Hoy en Día, Borderless Magazine habló con inmigrantes negros de Chicago sobre sus hogares, sus vidas y los retos a los que se enfrentaron al llegar a Estados Unidos.
Lillian Ingabire es una contadora de historias: crea relatos visuales a través de la impresión, la web y el diseño de redes sociales. Le gusta celebrar las historias de personas como ella a través de su trabajo con GirlForward, una organización que apoya a las niñas refugiadas o solicitantes de asilo. Como narradora, el arte y la escritura de Lillian son una forma de navegar por su identidad polifacética como persona negra, mujer, refugiada e hija mayor de una familia inmigrante.
Los padres de Lillian y su difunto hermano mayor fueron algunos de los cientos de hutus que huyeron a la selva del Congo, en lo que entonces era Zaire, para escapar de la guerra tras el genocidio ruandés. En 1994, en sólo 100 días, los extremistas hutus masacraron a casi 800,000 tutsis y hutus moderados. La región sigue siendo inestable.
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Lillian no recuerda nada del campo de refugiados de Mbuji Mayi en el que acabaron instalándose sus padres, pero sabe que es solo una parte de su historia. Tras vivir en campos de refugiados, Lillian y su familia comenzaron una nueva vida en Chicago en el 2011, donde ahora retribuye a la comunidad de refugiados.
Lillian habló con Borderless sobre los esfuerzos de sus padres por empezar una nueva vida en Estados Unidos, cómo forjó su identidad en torno a su viaje y qué significa para ella la negritud.
Mis padres son originarios de Ruanda y tuvieron que huir del genocidio que se estaba produciendo. Huyeron a la selva del Congo y encontraron refugio en un pueblo cercano. Luego se dirigieron a un campo de refugiados en la República Democrática del Congo, donde tuvieron a mi hermano mayor. Pero la guerra se extendió al este del Congo y mis padres tuvieron que escapar de nuevo. Mientras se escondían en la selva, mi hermano enfermó y murió.
Varios meses después, llegaron al campo de refugiados de Mbuji Mayi, donde nací en 1999. Mi abuela paterna también estaba con nosotros. No recuerdo nada del campo, pero mis padres siempre han hablado abiertamente de esta parte de nuestras vidas. Me pusieron el apellido Ingabire, que significa "el regalo", porque cuando perdieron a mi hermano le pidieron a Dios otro hijo.
Nos mudamos mucho hasta que nos instalamos en Lusaka, la capital de Zambia, y ahí pasé la mayor parte de mi infancia. Guardo muy buenos recuerdos de aquella época, sobre todo de la escuela. Destacaba mucho en la escuela y era la primera de mi clase. Pero en el trasfondo, mis padres pasaban por el largo y complicado proceso del reasentamiento.
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Se culpaba a los hutus del genocidio y de la guerra que se había extendido por el Congo, así que mis padres querían apartarnos de la desconfianza que la gente sentía por ellos en África. Mis padres pasaban por múltiples entrevistas y solicitudes, mientras yo me desentendía felizmente, jugando con mis amigos y cuidando de mis hermanos pequeños.
Durante el proceso de reasentamiento, tuvimos que dejar nuestra casa para trasladarnos al campo de refugiados de Meheba, en Zambia. Mis padres pasaban horas y horas en lo que parecían interrogatorios al estilo de la CIA con funcionarios de inmigración. Además de más interrogatorios, también se nos exigieron exhaustivas evaluaciones médicas. En el 2011, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) nos asignó el traslado a Chicago. Recuerdo que fue un viaje en avión tan largo; me parecía que llevábamos días en el avión. Tenía once años cuando llegamos a Estados Unidos.
Fue una experiencia de locos. Caridades Católicas nos ayudaron a encontrar un apartamento de alquiler y a amueblarlo con objetos donados. Nos dieron videojuegos, y recuerdo que me peleaba por ellos con mis hermanos. Pero la ayuda que nos dieron disminuyó rápidamente y tuvimos que adaptarnos solos. Mis padres trabajaban mucho para poder pagar todas las facturas.
Aunque ya sabía inglés, mi acento delataba lo diferente que era cuando empecé la escuela e intenté relacionarme con mis compañeros. Recuerdo que con frecuencia tenía que demostrar mi inteligencia a la gente. Tuve que asimilar esta nueva cultura y formarme una nueva identidad. Tengo un pie en África y otro en América. Pero mi corazón siempre estará en África.
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Me sorprendió que la gente le prestara tanta atención a la raza aquí. En Estados Unidos, lo primero en lo que se fija la gente es en tu piel. En Estados Unidos, a cualquiera que parezca negro se le mete en el mismo saco. Siempre digo que si la policía te para, no te van a preguntar: "¿Eres africano o afroamericano?". Tu identidad no importa. Tu autoestima no importa. Es como si la raza fuera un arma.
A veces todavía me cuesta entender el concepto de raza en Estados Unidos. Cuando pienso en ser negro en Estados Unidos, pienso en cómo nos centramos en las cosas equivocadas. En África, nos centramos en quién te rodea, ¿quién es tu familia? ¿Quién es tu gente? Siempre me identificaré como africana ante todo y para siempre.
Después de reasentarnos aquí, hice muchos programas extraescolares cuando estaba en secundaria. Los programas eran principalmente servicios para estudiantes refugiados y padres. Más tarde, me conecté con GirlForward cuando estaba en la preparatoria. Fue realmente increíble estar en un espacio sólo para chicas. Todas teníamos experiencias similares y era fácil relacionarse con todas. Pude explorar la ciudad con una mentora, lo que realmente me impactó. Me dio una nueva sensación de hogar.
Mientras estaba en la universidad en el 2018, estudié arte de estudio. Disfruto crear arte en todas sus formas, ya que es otra forma de contar historias. Me parece que el arte, incluido el diseño, es bastante receptivo, en el sentido de que uno puede utilizar cualquier forma o medio de expresión. También es muy indulgente porque la obra no necesita ser perfecta para ser experimentada. Actualmente me inclino por el collage y las instalaciones artísticas.
Después de la universidad, volví a GirlForward e hice prácticas allí durante su programa de verano. Quería ayudar a otras personas como yo. Ahora trabajo con GirlForward de tiempo completo como directora de marketing y comunicaciones. Comencé en julio del 2022 y estoy a cargo del marketing digital y la narración de historias para impulsar el conocimiento de la marca, la participación de la audiencia y aumentar los fondos. Realmente disfruto colaborando con las chicas de GirlForward para crear y adaptar sus historias únicas a múltiples audiencias.
También me incorporé al consejo asesor de Refugee Action Network en el 2021. Ofrezco comentarios e ideas a las principales organizaciones comunitarias sin fines de lucro en relación con las necesidades que afectan a la comunidad de refugiados. Es importante celebrar el potencial de los refugiados dándoles un espacio para que hagan oír su voz y compartan sus historias.
Estoy agradecida de haber podido visitar Ruanda con mi madre, que no había estado en casa desde hace años, en el 2018. Fue la primera vez que conocí a mi abuela y al resto de mi familia ampliada por parte de madre.
La gente de África es fuerte y resistente. No me gusta el estereotipo de que los países africanos son percibidos como pobres y horribles. Es hora de que acabemos con esa idea de que los africanos tienen incapacidad para sobresalir. No subestimemos a los africanos.
Este reportaje se ha realizado con el método colaborativo Según le fue contado a de Borderless Magazine. Si quieres saber cómo creamos historias como esta, consulta nuestra explicación visualSegún le fue contado a .
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