El pasado agosto, tras la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, la periodista Saleha Soadat se vio obligada a dejar su vida en Kabul y buscar seguridad en el extranjero.
Cuando crecí en Afganistán bajo el régimen talibán, era ilegal que las niñas fueran a la escuela. Aprendí las lecciones de la escuela primaria en casa con mi padre. Con la llegada de las tropas estadounidenses a Afganistán tras el 9/11, las puertas de las escuelas y universidades se abrieron a las niñas, lo que supuso nuevas esperanzas para mí y mi generación.
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Me matriculé en la preparatoria y luego fui a la universidad. Escogí el periodismo como campo de estudio, y realicé prácticas en una emisora de radio. Para mí, el periodismo no era sólo un trabajo, sino mi pasión. Conseguí entrar en uno de los canales de televisión más populares de Afganistán. Trabajé como reportera principal y cubrí noticias políticas y la situación de las mujeres y los niños. Me encantaba mi trabajo.
Tenía ingresos decentes y podía mantener a mis padres y a mis hermanos. Ayudé a pagar los estudios de mis hermanos y, con mi hermana, ayudé a reconstruir nuestra casa familiar en el oeste de Kabul en el 2019. Compré materiales de construcción, madera y piedras para la casa. Después del trabajo, incluso ayudaba a los trabajadores de la construcción a diseñar y construir nuestra casa.
Cuando llegaba a casa después de hacer mis reportajes diarios para la televisión, me sentía satisfecha con mi trabajo y orgullosa de estar ayudando a compartir las historias de mujeres que nunca habían sido escuchadas. En casa, cocinaba alimentos frescos para mi madre y mi familia con amor y cariño, y comíamos juntos y disfrutábamos de la vida. Pero los Talibanes llegaron y destruyeron los esfuerzos que había hecho durante 20 años en menos de una semana. Ahora he emigrado y he salvado mi vida. Pero mi familia y mis hermanas siguen sin vivir en condiciones seguras, y buscan cada día un nuevo refugio para sobrevivir.
A principios de agosto del 2021, escuché que los talibanes estaba avanzando en la guerra contra las fuerzas de seguridad afganas. Como reportera de noticias, seguía la situación todos los días. Las sedes de los distritos de Afganistán caían una tras otra en manos de los combatientes talibanes sin que las fuerzas de seguridad afganas se enfrentaran ni opusieran resistencia. Pero nunca imaginé que el gobierno cayera tan fácilmente. El presidente Ashraf Ghani y su equipo huyeron tan repentinamente, de forma cobarde.
En la madrugada del 15 de agosto, como estaba preocupada por la situación de seguridad, decidí ir al banco y hacer cola para sacar algo de dinero de mi cuenta. Cuando entré en la ciudad, me di cuenta de que había silencio por todas partes. Las tiendas y los centros comerciales estaban cerrados. Vi a un pequeño número de personas en las carreteras de Kabul con cara de preocupación y confusión, algunas incrédulas por lo que estaba pasando. Al acercarme al banco, me encontré con una gran multitud de personas que se habían apresurado a llegar al banco e incluso habían interrumpido el tráfico. Todos intentaban entrar en el banco. Pero entrar en el banco no era fácil, porque las puertas estaban cerradas y no se veía a ningún empleado en los alrededores.
Era una situación frustrante y la gente empezó a entrar en pánico, así que volví a mi casa en el oeste de Kabul. La gente del oeste de Kabul tenía más pánico que en otras partes de Afganistán, porque la mayoría de los hazara viven en el oeste de Kabul.
Los talibanes llevan mucho tiempo considerando a los hazaras sus enemigos por su identidad étnica y su religión. Las atrocidades que cometieron contra los hazaras ponen de manifiesto esa enemistad. El 8 de agosto de 1998, los talibanes masacraron a más de 2,000 civiles hazaras en Mazar-e-Sharif. Y en enero del 2001, las fuerzas talibanes comenzaron a avanzar sobre Yakawlang desde Bamiyán y masacraron a los hazaras. El 8 de noviembre del 2015 decapitaron a un niño de nueve años junto con otras seis personas en el sureste de Afganistán, todos ellos civiles y hazaras. El 12 de mayo del 2020, los talibanes también atacaron un hospital de maternidad en el oeste de Kabulen la zona de Dasht-e-Barchi, matando a 24 bebés y mujeres embarazadas. Otras 16 personas resultaron heridas. Los talibanes no perdonan ni a las mujeres embarazadas ni a los bebés hazaras.
Ese día, cuando me acerqué a mi casa tras regresar del banco, me di cuenta de que los talibanes habían entrado en el oeste de Kabul. Los combatientes talibanes, con su pelo largo y revuelto, patrullaban las calles y callejones del oeste de Kabul con armas de fuego.
Cuando vi a los combatientes talibanes, mis ojos se oscurecieron por un momento, y pensé que mi vida había terminado. Me estremecí de horror, y mis recuerdos de la primera ronda del régimen talibán cobraron vida en mi mente. Cuando mi hermano era sólo un adolescente, los combatientes talibanes lo golpearon delante de mi madre, mi padre y mis hermanas. Decían que tenía armas. Pero él sólo sabía de bolígrafos y libros.
Cuando llegué a casa, le dije a mi madre que los talibanes habían entrado en la ciudad y que había terror por todas partes. Mi madre me dijo: "¿Qué hacemos ahora? Los talibanes te matarán".
Yo era vulnerable por tres razones. Soy mujer, pertenezco a la etnia hazara y soy periodista. Para los talibanes, estos tres grupos de personas son una excusa perfecta para matar. Actualmente, los talibanes están reprimiendo a las mujeres, a los periodistas y a los hazaras en Afganistán. Mientras tanto, empecé a hablar con mis compañeras reporteras y periodistas, porque todas éramos mujeres y periodistas, y nos enfrentábamos a un destino común. Tenía dos opciones: Seguir bajo el dominio y la cuchilla de los talibanes o comprender la situación de mi familia y mi país y huir. Cuando lo consulté con mi madre, ésta me dijo: "Debes estar viva. Si estás viva, podrás servir al pueblo y a nuestro país".
Después de pasar cuatro días bajo el dominio talibán, un colega mío y yo nos dirigimos hacia el aeropuerto de Kabul el 19 de agosto a las 6 de la tarde. No sabíamos a dónde íbamos. Cuando nos acercamos al aeropuerto, el tráfico estaba bloqueado y la gente de los alrededores se agolpaba hacia el aeropuerto.
Me costó llegar a la puerta trasera del aeropuerto. Podía oír los horribles disparos de los talibanes y de las tropas estadounidenses. Las balas llovían sobre las cabezas de la gente como una lluvia. Esperamos durante horas, suplicando a las fuerzas de seguridad afganas y a los soldados estadounidenses encargados de asegurar la puerta del aeropuerto que nos dejaran entrar en el edificio. Había una gran multitud y no dejaban entrar a todo el mundo. Pero finalmente conseguimos entrar en el aeropuerto de Kabul. Pasé una noche sentada entre la basura, sin comida ni agua, en el aeropuerto de Kabul. Al día siguiente, de nuevo sin saber a dónde íbamos, subimos al avión militar estadounidense. Después de tres escalas en Kuwait, Bahrein y Bulgaria, finalmente llegamos a Estados Unidos el 24 de agosto.
En los países en los que nos detuvimos, normalmente nos alojamos en campamentos militares. Los países no estaban preparados para recibir a tantos refugiados afganos a la vez, y la situación en los campamentos no era buena. Las mujeres no tenían privacidad. Por ejemplo, vivíamos en una habitación con unas 30 personas. Hacíamos cola durante horas para comer.
En mi opinión, uno de los errores cometidos en el proceso de evacuación fue no clasificar e identificar a las personas adecuadas. Se trasladó a Estados Unidos a una serie de hombres violentos que no se diferenciaban intelectualmente de los talibanes. Muchos de ellos acosaron a las mujeres dentro del campo. Varios casos de acoso sexual fueron incluso denunciados en los medios de comunicación. Estos hechos nos preocuparon aún más.
Ahora que ya no estoy en un campamento, me encuentro en una situación completamente diferente. Todo es nuevo para mí. He trabajado en Afganistán durante más de 30 años. En Afganistán, tenía mi educación, mi trabajo y mi estatus social. Pero aquí tenemos que empezar de cero. Es muy difícil.
Por desgracia, quedarse en Afganistán tampoco era una buena opción. Oigo informes terribles sobre la situación de las mujeres y niñas que permanecen en Afganistán. Además de no tener sustento, seguridad y libertad, siguen en un estado de desorden. Las puertas de los medios de comunicación, de las oficinas gubernamentales, de las universidades y de las escuelas están cerradas para las mujeres y las niñas. Hasta ahora, decenas de familias que sufren la pobreza y el hambre han vendido a sus hijas para sobrevivir.
Los talibanes han matado a tiros a tres periodistas y a dos mujeres activistas civiles en los siete meses de gobierno talibán. Han encarcelado a casi 100 niñas por protestar contra la política talibán. Los talibanes violaron en grupo a ocho mujeres y niñas bajo su custodia. El número de palizas a periodistas y la celebración de falsos juicios públicos, especialmente la flagelación de mujeres en las calles de Afganistán, se ha convertido en algo habitual.
Los talibanes también están torturando a varias mujeres y niñas militares que trabajaban en las fuerzas gubernamentales con el pretexto de que tienen armas. Me contaron tres veces que los talibanes entraron por la noche en las casas de mujeres militares en el oeste de Kabul y las golpearon y torturaron. Incluso a una de las mujeres se la llevaron, y se desconoce su destino. Patricia Gusman, directora de la sección asiática de Human Rights Watch, ha dicho que más de 100 ex miembros de las fuerzas de seguridad han sido asesinados o desaparecidos por los talibanes. Estas son las cosas que han salido en los medios de comunicación. Muchos de los actos de violencia de los talibanes no se hacen públicos porque la gente no tiene seguridad para tomar represalias.
Me molesta que la gente de aquí me pregunte lo feliz que estoy de estar en Estados Unidos, de estar a salvo y segura aquí. Doy las gracias al gobierno y a la gente de Estados Unidos, especialmente a la comunidad eclesiástica, por haberme ayudado a sobrevivir y por haberme dado una nueva vida. Pero, de hecho, estoy físicamente en Estados Unidos y mi mente sigue en Afganistán. Como periodista, recibo todos los días informes horribles sobre la situación de las mujeres y las niñas en Afganistán. Los informes son realmente impactantes.
Desgraciadamente, en la actualidad no hay planes para apoyar a las mujeres y niñas afganas. En Afganistán, el poder y el orden están en manos de los talibanes, que nunca han creído en los derechos de las mujeres ni en los derechos humanos. Ni siquiera hay una sola mujer en el gobierno o en el gabinete de este régimen. Los talibanes tratan de impedir que las mujeres participen en la sociedad. Recientemente, a las mujeres se les ha prohibido incluso viajar sin tutores masculinos. Los talibanes consideran a las mujeres como algo vergonzoso y deshonroso.
Fuera de Afganistán, el mundo sólo piensa en cómo tratar políticamente a los talibanes. Las mujeres afganas se quedan solas en un infierno llamado Afganistán, y no hay esperanza para el futuro.
Nota del editor: Saleha Soadat se unirá a Borderless Magazine como nuestra nueva becaria de Pathways. Informará sobre los refugiados durante su beca Pathways y proporcionará historias e información muy necesarias a los afganos en su lengua materna, el dari persa. El equipo de Borderless ayudará a Saleha a informar en inglés por primera vez y a aprender a trabajar en una sala de prensa estadounidense. Más información sobre el programa aquí.
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