Un nuevo club de autos lowrider* de Cicero en Illinois reúne a jóvenes en zonas de Chicago en torno a lowriders para crear una conexión y explorar la identidad chicana.
En una húmeda tarde de domingo de julio, varios autos se alinearon en la Avenida Cermak en Cicero. Sus dueños conducían lento y a ras del piso, girando las perillas en los autos para hacerlos saltar. A continuación, se siente un fuerte olor a combustible y aceite quemado. Algunos se volteaban para mirar y otros tomaban fotos mientras que Fabián García y su grupo, los llamados “Lows Chicanos”, manejaban en sus autos antiguos por las calles de Cicero y Berwyn, escuchando estruendosamente música desde Ice Cube hasta Cali Life Style y canciones latinas de la década de los 60.
Fabián García, de 22 años, activó el interruptor de un panel que soldó en el tablero delantero de su Chevrolet Bel Air de 1963, un automóvil particularmente largo, cuyas líneas rectas y luces traseras circulares le dan un toque clásico. Su parte trasera cayó y raspó el pavimento, produciendo un rastro de chispas. Detrás de él, miembros de su cuadrilla giraban sus coches brusca y sistemáticamente, mientras que otros mantenían sus autos tan alto como su sistema hidráulico lo permitía.
“Cualquiera puede ir de cruising (término usado por los lowriders que significa manejar un auto con chasis bajo) [en Lake Shore Drive], por aquí o por allá”, dijo García. “Pero para mí cuando voy de cruising por la Cermak … eso es cuando sé que estoy en mi ambiente. Aquí es donde estoy en paz. Aquí es donde estoy conmigo mismo, unido a la calle, a mi coche, y voy a disfrutar este momento y vivirlo al máximo”.
García es el líder de “Lows Chicanos”, que se formó el año pasado en medio de la pandemia. Al crecer en Cicero, se enamoró de los lowriders a una edad temprana. Recuerda cuando iba a eventos de lucha libre para ver al famoso luchador mexicoamericano, Eddie Guerrero, conduciendo un Impala color verde. También recuerda a la vibrante comunidad lowrider y de autos antiguos que se reunía alrededor de su vecindario.
De niño, en las carreras, García recuerda las juntas de autos en las calles 25 y Laramie: Lowriders haciendo cruising por las calles, sus dueños encendiendo los interruptores de sus autos, haciéndolos rebotar mientras conducían. “Habían cientos de autos por todos lados, durante toda la semana, como no lo creerías”, dijo García. “Era algo de todos los días”.
En 2005, el padre de García, a quien también le encanta el lowriding, compró una camioneta (o troca) clásica que planeaba convertir en un lowrider. Los planes no funcionaron por falta de dinero, y la camioneta se dejó de usar, quedando estacionada en el garaje, dijo García.
La cultura del lowrider también estaba disminuyendo en Cicero en esa época. En 2003, la ciudad aprobó una ordenanza de recorrido vehicular que prohíbe el cruising o a conductores rondar en la misma área más de dos veces en menos de una hora. Se fijaron multas de entre $100 y $500 para desalentar a quienes no cumplían con las reglas. García dijo que el Departamento de Policía de Cicero exigió el cumplimiento de la ordenanza durante unos años después de su aprobación. Pero desde que comenzó su grupo, él y sus amigos no han tenido ningún encuentro con la policía mientras conducen por la Cermak, a pesar de que a menudo enlentecen el tráfico. Las autoridades de Cicero no respondieron a múltiples preguntas sobre si la ordenanza de recorrido vehicular sigue estando vigente.
Ahora, García está tratando de traer de vuelta la moda del lowrider a Cicero.
Hace dos años, comenzó a trabajar en paisajismo y empezó a ahorrar para adquirir un lowrider. “Recuerdo no tener ni un solo centavo en mi bolsillo. Era mi primer día de trabajo y le envié un mensaje de texto a mi papá: ‘Oye, no sé cómo voy a hacer esto, no sé cuándo lo voy a hacer, pero voy a conseguir ese lowrider pronto’”, dijo García.
Alcanzó su objetivo en agosto de 2019 y compró un Chevrolet Bel Air de 1963. No tenía ningún sistema hidráulico, por lo que ahorró durante el mes siguiente y mejoró la suspensión.
En octubre pasado, García y sus amigos fundaron “Lows Chicanos” después de que cada uno de ellos obtuviera su propio lowrider. Hoy, el grupo consiste en siete miembros cuyas edades son de un promedio de 20 años.
Para García, sumergirse en la cultura lowrider lo ha ayudado a entender lo que significa ser chicano y mexicoamericano. Al crecer en los Estados Unidos, siempre fue llamado mexicano por otras personas, pero en México, sus amigos y familiares se referían a él como “gringuito”. No importaba dónde estuviera, García sentía que no encajaba. Con el tiempo, comenzó a aceptar su identidad.
“No siempre voy a ser normal, no siempre voy a ser el súper mexicano o esto o aquello… Quiero ser distinto”, dijo. “Y quiero hacer algo diferente, algo que nadie está haciendo en este momento, al menos a mi edad, y especialmente aquí en Cicero”.
Lowriding en los Estados Unidos comenzó durante la Segunda Guerra Mundial en las comunidades mexicanas de California, según John Ulloa, profesor de Skyline College en California que estudia la cultura lowrider.
Los jóvenes chicanos compraban autos chatarra por tan solo $20 y los arreglaban en casa con la ayuda de amigos y familiares. Primero cortaban los resortes de suspensión para que el vehículo estuviese más bajo, pero luego los autos fueron siendo equipados con un sistema hidráulico proveniente de aviones para evitar ser multados por la policía, según Ulloa.
Durante ese período surgieron los movimientos Pachuco y Zoot Suit, donde los jóvenes mexicoamericanos se vestían con trajes holgados hechos con exceso de tela. Los Zoot Suits (Trajes Zoot) se convirtieron en un símbolo de resistencia en contra de la guerra y la cultura estadounidense, en un momento en que el racionamiento de telas era visto como una obligación patriótica.
La época de oro de los lowriders, sin embargo, fue entre 1977 y 1982, dijo Ulloa. Esos años coincidieron con la popularización de Lowrider, una revista sobre los autos más vendidos, originalmente dirigida por un trío de estudiantes de San José, y el lanzamiento de “Boulevard Nights”, una película sobre jóvenes chicanos en Los Ángeles que presentaba en gran medida a los lowriders. A pesar de que la revista Lowrider dejó de publicarse en 2019, este estilo de vida no desaparecerá pronto, dijo Ulloa. Por el contrario, agregó, ha ido evolucionando y extendiéndose por todo el mundo.
Para los chicanos, el lowriding también puede verse como una forma de resistirse a la cultura dominante de los Estados Unidos que los marginó. Según Ulloa, los entusiastas blancos de los lowriders en ese momento subían la parte delantera de sus autos para aumentar su velocidad en las carreras de aceleración (arrancones o carreras cortas), mientras que los lowriders chicanos subían la parte trasera de sus autos y conducían a su gusto.
“Los chicanos bajaban la parte trasera del auto para darle una postura y un perfil diferentes, y luego lo conducían bajo y lento. Era lo contrario de lo que hacían los jóvenes anglosajones”, dijo Ulloa. “Simplemente estás declarando algo completamente diferente al hacer eso”.
Julián Fernández, de 20 años, es residente del Sur de Chicago, pero a menudo hace cruising por Cicero con los “Lows Chicanos”. Fernández dijo que nunca estuvo interesado en los lowriders o su cultura hasta que un día de 2019, vio a algunos OGs, veteranos de la cultura lowrider, tomando fotos de sus autos en un mural cerca de su casa. Unas semanas más tarde, Fernández fue a un cruising en la Calle Lake Shore organizada por “Chicago Mago” y “Chicago Low”, dos grupos de lowriders en el área. No tenía un lowrider en ese momento, pero recordó que todos los que estaban allí eran extremadamente amigables. Le enseñaron a Fernández sobre las máquinas que hacían rebotar los autos e incluso lo dejaron montar en una.
“Me enamoré [de la cultura lowriding] allí mismo, y sabía que quería tener mi propio lowrider”, dijo Fernández.
En aquella junta en la Calle Lake Shore también conoció a García. Pasaron el rato un par de veces después del evento y fueron a los cruising juntos. En noviembre de 2020, después de adquirir un Monte Carlo del 1977, Fernández se unió al grupo “Lows Chicanos”. Durante los meses siguientes, ahorró y mejoró todo en su coche, desde su motor hasta la suspensión y los brazos de control de la dirección. Incluso instaló seis baterías de auto adicionales en el maletero para darle más potencia al nuevo sistema hidráulico.
Para Fernández, la perfección necesaria para mantener un lowrider es lo que le atrae a este pasatiempo. “Cada pequeño detalle se nota, ya sea un mal detalle o un buen detalle”, dijo. “Aprendí a amarlo porque hice todo el trabajo por mi cuenta. Entonces fue como [tener] un apego a mi auto”.
Los miembros de “Lows Chicanos” no tienen intención de causar problemas a otros conductores o residentes. Para ellos, la cultura se trata de construir una comunidad, particularmente entre los jóvenes de Cicero.
“Es un estilo de vida muy positivo”, dijo García. “Sé que muchos niños podrían no tener el mejor sentido de orientación en sus vidas, ya sea un hogar, ya sea con sus familias o amigos. Pero con esto del lowriding siento que … trato de inspirar un pensamiento en sus mentes de que ‘oye, tú también podrías hacer esto’”.
En esencia, el lowriding o cruising se trata de manejar con una mentalidad relajada. La mayoría de los miembros de “Lows Chicanos” trabajan durante toda la semana, por lo que los encuentros de lowriding durante los fines de semana les da la oportunidad de olvidarse del estrés de la vida y mostrar sus autos.
“Es un escape para todos nosotros simplemente irnos y salir de cruising, fuera de nuestra vida personal y si tenemos algún problema”, dijo Fernández. “Todo el mundo está rebotando sus coches y manejando, y luego tienes tu música. Realmente te saca de tu mente y te pone en otro lugar”.
*El término lowrider también es llamado “onda bajita”, “carritos”, “carruchas” o “ranflas”. Es un término común a lo largo de la frontera de México con Estados Unidos que se refiere a un carro decorado elaboradamente, al cual se le adapta un sistema hidráulico para que el auto pueda saltar.
Este artículo fue escrito con la colaboración de Cicero Independiente.
Traducido por Marcela Cartagena