El coronavirus ha devastado comunidades mexicoamericanas en Illinois. Pero en el barrio de Wicker Park de Chicago, una familia trabaja y espera un mejor mañana.
Esta historia fue actualizada el 26 de octubre de 2020: Lamentamos informarles a nuestros lectores que un ex colaborador fue acusado de delitos serios y de atentar contra miembros de comunidades vulnerables. Si bien, este caso no ha sido resuelto, esta es una alegación grave.Nosotros exigimos a nuestros colaboradores el más alto nivel de comportamiento ético y los cargos que se le imputan a este colaborador son profundamente preocupantes para el personal y la junta de Borderless Magazine.
Borderless Magazine ya no tiene relación con dicho colaborador, quien fue reportero y fotógrafo de este artículo en mayo de 2020. Apoyamos a los sobrevivientes y creemos en la dignidad inherente de cada persona. Comuníquese con nosotros en board@borderlessmag.org con cualquier pregunta adicional. ¿Necesita a alguien con quien hablar? Llame a la línea directa de crisis por violación del área de Chicago al 888-293-2080.
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Mi mamá puede descifrar el universo desde su cocina. Vivimos en el barrio de Wicker Park de Chicago y mientras menea su café con leche antes de que salga el sol es como si el aroma de su taza de barro hace que el mundo se despierte. Ella comienza a recibir mensajes de texto y mensajes de voz de nuestra familia en México. Enciende las noticias y se prepara para su día.
Solía creer que los acontecimientos mundiales ocurrían porque ella lo dijo. “Se infló la tortilla. Va a nacer un niño.” Y por supuesto, alguien que conocemos anunciaría que está esperando. “La salsa salió picosa, alguien está enojado.” Cuando mi abuela falleció el diciembre pasado, mi mamá sabía que el 2020 iba a ser un año difícil.
La pandemia del coronavirus está devastando a las comunidades mexicoamericanas como la mía en Illinois. La pandemia ha hecho bastante claro que muchos trabajadores esenciales de los que dependemos para mantener un poco de normalidad hoy en día son inmigrantes. Esto nos ha costado mucho. Latinos conforman menos de una quinta parte de la población del estado, pero tienen más casos confirmados de COVID-19 que cualquier otro grupo racial o étnico. También hemos sido de los más afectados por la recesión económica. Casi la mitad de nosotros tenemos a alguien en nuestro hogar que ha perdido su trabajo o ha tomado un recorte salarial debido a la pandemia.
Aún así, nos hacemos fuertes. Ya sea por decisión o por necesidad sabemos cómo superar nuestras dificultades. Trabajamos y esperamos un mañana mejor. Es la razón por la que hacemos el viaje a El Norte.
Este año tengo 36 años. Es la misma edad que tenía mi mamá cuando decidió hacer el viaje a los Estados Unidos conmigo. Ella estaba huyendo del abuso de mi padre y sabía que las mujeres son asesinadas con demasiada frecuencia en México. Las mujeres en relaciones domésticas abusivas a menudo no lo logran.
No puedo empezar a comprender cuánto valor tenía mi mamá al dejar nuestro hogar hace 24 años. Tuvo que dejar atrás a mi hermano mayor, que había huido de casa a los 13 años para escapar del abuso de mi padre, junto con muchos familiares y amigos.
Mi madre y yo nos despedimos de mi abuelita en la estación de autobuses. Sería la última vez que mi mamá sintiera su abrazo. Con lágrimas en los ojos le prometió a mi abuelita, “Voy a regresar.”
Se convirtió en una más de los muchos inmigrantes que llevan el dolor insondable de dejar a sus seres queridos en busca de una vida mejor en un país que nos desprecia y, sin embargo, nos necesita.
Llegamos a Chicago en enero de 1996 y hemos vivido en la misma calle en Wicker Park desde entonces. No conocíamos el idioma cuando llegamos y nunca habíamos visto árboles sin hojas ni frutos en ellos. Éramos del estado de Morelos,“el estado de la eterna primavera.” Wicker Park estaba sombrío en la fría noche de invierno cuando llegamos. Mi mamá miró a los árboles secos y dijo: “Van a hacer buena leña.” Su mente siempre se centró en nuestra supervivencia.
Wicker Park en ese entonces no era el centro de moda rico que es hoy en día. Era una comunidad de familias inmigrantes de bajos ingresos de México y Polonia. También era el centro de las disputas de pandillas. Cuando tenía alrededor de 15 años, recuerdo como un joven afroamericano estaba siendo perseguido y le dispararon en la calle en medio del día mientras mis amigos y yo jugábamos fútbol. Corrimos para cubrirnos. Una vez que la policía y las ambulancias se habían ido y habían limpiado la sangre, volvimos a jugar. Nos acostumbramos a los tiroteos casi todos los días y nos enteramos de que alguien había recibido un disparo la noche anterior. No hay nada normal en ello, pero para nosotros era normal.
A pesar de las dificultades que enfrentamos aquí, nuestra unida comunidad de inmigrantes hizo que nuestra nostalgia fuera un poco más tolerable. Durante la pandemia hemos tenido una necesidad aún mayor de consuelo ya que amigos han perdido su trabajo e incluso sus vidas por el coronavirus.
He encontrado consuelo en el sabor casero durante este tiempo visitando negocios mexicanos cerca de mi casa que han sobrevivido décadas de gentrificación.
A corta distancia en pie se encuentra Carnicerías Guanajuato, una tienda de abarrotes y taquería sobre la avenida Ashland. Acaban de celebrar su aniversario número 35 y es un negocio familiar muy querido. Las carnitas y el chicharrón atraen gente de toda la ciudad y los suburbios, especialmente durante los fines de semana.
No es solo una tienda en la comunidad, pero un destino para muchos inmigrantes mexicanos que continúan comiendo aquí a pesar de ser expulsados de Wicker Park por altos precios de renta hace años.
“Mi padre construyó este negocio desde cero”, dijo la gerente de la tienda Jazmin Silva, en una visita reciente. “Es un privilegio continuar lo que empezó y seguir adelante. Tenemos una gran cantidad de nuestra misma clientela que hemos tenido durante años”.
Estos días voy a Carnicerías Guanajuato poniéndome una mascara tapabocas. La tienda todavía está ocupada a pesar de que la taquería dentro de la tienda solo hace ordenes para llevar. Pero algunas secciones están notablemente vacías.
“Incluso ahora todavía estamos viendo mucha escasez,” dijo Silva, señalando la falta de carne y tortillas. “Hay cosas que simplemente no llegan, o se acaban muy rápido y toma un par de días para conseguir más.”
Aun así, la vida de Silva no ha cambiado mucho desde que comenzó la pandemia.
“Vengo a trabajar todos los días. No tengo días libres. Siempre estoy trabajando. Lo único que ha cambiado es que tengo que usar una máscara y guantes,” dijo Silva.
Media milla al sur pasando la calle Division sobre la avenida Ashland se encuentra otro de mis refugios: La Pasadita. El padre de David Espinoza comenzó la taquería en 1976 cuando David tenía 11 años. Ha sido un negocio familiar desde entonces. Sus famosos chiles rellenos son hechos con la receta de su abuela.
“Este es el barrio donde mis padres aterrizaron en 1965,” dijo Espinoza. “Todavía tengo clientes que sus papás los traían a comer tacos cuando tenían 10 años y ahora ellos están trayendo a sus hijos a comer tacos, también.”
Pero la pandemia del coronavirus ha sacudido el negocio.
“Ha sido difícil. Nuestros precios de carne han duplicado,” dijo Espinoza. “Solíamos estar abiertos hasta la 1:30 a.m. Ahora cerramos a las 10:30 p.m. No podemos cubrir el costo de permanecer abiertos. La sobrecarga es demasiado pesada.”
Los bares de la comunidad están cerrados y no hay juegos de los Bulls o de los Cubs. Sin esa vida nocturna, La Pasadita ha perdido el cincuenta por ciento de su negocio habitual, dijo Espinoza.
“Ahora mismo estamos contando nuestros centavos,” dijo.
Con lágrimas en los ojos, Espinoza también se preocupa por sus empleados que dependen de sus trabajos para alimentar a sus familias. Ha recortado sus horas, pero se ha negado a despedir a nadie.
“Todos vamos a superarlo. No vamos a tener lo mismo que solíamos tener, pero es mejor tener un poco que no tener nada,” dijo Espinoza. “Mi madre siempre nos decía: ‘Dios sólo te da lo que puedes soportar y estarás bien,’ y esta es una de esas veces.”
Esas palabras me recuerdan a mi propia madre mientras consuela a mi hermano menor, a mi hermana y a mí durante la pandemia.
Mi hermana está terminando su último año de escuela secundaria en línea y acaba de ser aceptada a la Universidad de Stanford, donde planea especializarse en astrofísica. Cinco de nosotros ahora viven en un apartamento de dos habitaciones, de modo que no hay mucho espacio para que ella trabaje. Ella trata de dormir durante el día cuando mi mamá está usando la mesa para cocinar y usa la mesa por la noche para estudiar.
Mi hermano se está graduando de la Universidad de Michigan como ingeniero aeroespacial en diciembre y se suponía que iba a viajar a Sudáfrica este verano para participar en un programa de investigación de la NASA. Hubiera sido la primera persona de nuestra familia en viajar a otro país sin tener que temer cruzar fronteras. Ese viaje fue cancelado por el coronavirus.
Como beneficiario de DACA que trabaja en la comunidad, veo cómo los vecindarios inmigrantes son los más afectados. No sólo se ha excluido a los beneficiarios de DACA de obtener dinero de la ley CARES, sino que también los inmigrantes indocumentados no forman parte del paquete de estímulo y no pueden solicitar desempleo. El coronavirus no discrimina y no le importa si uno tiene papeles.
Nuestra familia, como las de tantos otros inmigrantes mexicanos en nuestra comunidad, tiene muchas razones para estar triste en este momento. Pero mi mamá dice,“La esperanza es lo ultimo que muere.”
No estamos seguros de cómo o cuándo esta pandemia estará bajo control. Pero creo que el futuro traerá mejores días. Una mujer valiente y amorosa que bebe café con leche de su taza de barro crió a un astrofísico, ingeniero aeroespacial y líder comunitario en un pequeño apartamento de Wicker Park contra todo pronóstico. Ella que creyó en un mañana mejor dice que todavía es posible. Debe ser porque ya tuvo esa conversación con el universo desde la mesa de su cocina.
Fernando Moreno es el Director de Operaciones de Spanish Public Radio. Se graduó de la Universidad Northeastern Illinois y actualmente se desempeña como Presidente de la mesa directiva de First Defense Legal Aid, y es miembro de la mesa directiva de Hispanic Business Network y Community Arts Wicker Park.